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jueves, marzo 28, 2024
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Viajar a Marte: los desafíos para la salud que investiga un neurólogo argentino en EE.UU.

Un neurólogo argentino les propuso hace poco a las autoridades de la reconocida Clínica Mayo, donde trabaja, abrir el Programa de Medicina Espacial. “Los viajes al espacio, incluidas las misiones interplanetarias, serán una realidad dentro de entre 10 y 15 años”, afirmó, a su favor.

Alejandro Rabinstein dirige la Unidad de Terapia Intensiva del Departamento de Neurología de la clínica, en Rochester, Minnesota, donde también es profesor de neurología en la Facultad de Medicina Mayo. Después de dos décadas en los Estados Unidos, aspira a crear un grupo de investigación multidisciplinario que produzca más información sobre los desafíos fisiológicos y psicológicos que tendrán esos viajeros en el espacio.

“Lo que uno aprende de la fisiología humana para facilitar el viaje interestelar también puede tener aplicación para nuestros pacientes aquí, en la Tierra. Al estudiar la degeneración cerebral durante la exposición a la radiación, por ejemplo, los fenómenos celulares podrían ser los mismos que cuando se trata a un paciente con cáncer con terapia de protones, aun cuando las radiaciones sean distintas. O lo que se puede aprender sobre los fenómenos biológicos que llevan a la osteoporosis -que, en el espacio, se acelera por la inmovilidad y la falta de gravedad- se podría aplicar al tratamiento en la Tierra. Lo mismo podría decirse del uso de la hipotermia para la hipertensión intracraneal”, explicó Rabinstein.

En el Hospital Saint Mary’s del campus de la clínica, el especialista se refirió al proyecto de la NASA en el que trabaja desde hace dos años: el uso de la hipotermia para proteger la salud de los astronautas en los viajes espaciales prolongados, como podría ser a Marte en 2030 y duraría unos 900 días en total.

Un hobby curioso

Por ahora, la medicina espacial es un hobby que combina con el trabajo diario con los pacientes con afecciones neurológicas graves. “Es parte de la curiosidad -confió-. Soy un médico clínico. Estoy de guardia el 50% de mi vida, me dedico a los cuidados críticos, a los pacientes con ACV, y mi objetivo no es tener tiempo protegido para hacer investigación. Me gusta ver a los pacientes. Estoy hecho para eso.”

Pero hace cuatro años sus investigaciones sobre el uso de la hipotermia en la práctica clínica despertaron el interés de un médico de la NASA. Le propuso estudiar si esa reducción de la temperatura corporal en algunos pacientes para, por ejemplo, preservar la función neurológica, sería viable en una persona extremadamente saludable como los astronautas durante un viaje a Marte, desde donde la comunicación de una emergencia con la Tierra hoy demoraría unos 45 minutos.

“Todavía no estoy seguro de que se pueda -comentó-, pero es interesante el concepto y se puede aprender mucho en el proceso. Empezamos a desarrollar la idea y acabamos de completar la primera fase después de dos años. Siguen dos años de experimentos y pruebas en voluntarios sanos. Es un proyecto que, si llega a algún lado, necesitará varios años más. No es lo mismo tratar con hipotermia a un paciente que está casi muriendo que a un astronauta sano, que es casi un superhombre.”

Rabinstein se recibió de médico en la Universidad Nacional de Córdoba e hizo la residencia en medicina interna en el Hospital Privado de Córdoba. En 1996 viajó a los Estados Unidos, donde repitió la residencia de medicina interna en el hospital de Danbury, de la Universidad de Yale, Connecticut, y luego se especializó en neurología y cuidados neurocríticos en la Universidad de Miami y la Clínica Mayo, en Rochester, donde se estableció con su familia en 2005.

Habría varios obstáculos por superar para el “apto médico” de los futuros viajeros que exploren más allá de la Luna. El conocimiento, la colaboración entre disciplinas y la experiencia aún son insuficientes como para lanzarse a la aventura. “La cantidad y la calidad de la investigación médica en este campo es todavía bastante limitada. Pienso que es porque la inversión más importante se destina a la ingeniería”, señaló Rabinstein, que conoce las experiencias de los astronautas de misiones como las del transbordador Challenger o de la Estación Espacial Internacional. Uno está en su equipo de trabajo.

“Ellos saben qué alteraciones orgánicas van a tener y para las que aún no hay respuesta -dijo-. La preocupación para un viaje a Marte está en el tiempo de exposición, con mucho menos contacto con la Tierra. Es algo desconocido en lo orgánico y lo psicológico.”

Como también se vio en el proyecto Mars 500 de la Agencia Espacial Europea y el Instituto de Problemas Biomédicos de la Academia de Ciencias de Rusia, los problemas por estudiar incluyen los trastornos del sueño, el deterioro visual, los cambios de conducta, el burnout, la disminución de la capacidad aeróbica, la pérdida de masa ósea y muscular, las deficiencias nutricionales, las fracturas, las arritmias, la formación de cálculos y la exposición a la radiación con sus posibles consecuencias, desde la aparición de cataratas hasta la infertilidad, el daño del ADN o las dificultades para que se cicatricen las heridas. También, las dificultades en la convivencia en un viaje que, como anticipó el gobierno de los Estados Unidos este año, incluiría vivir un tiempo en la Luna.

“Tratar de hacer practicable la hipotermia en un espacio reducido, en una persona no intubada y en un lugar sin gravedad es un gran desafío y requiere de mucha innovación y creatividad. Los desafíos son prácticos: cómo mantener el estado de sedación mínima para que la persona pueda descansar, como evitar los escalofríos, cómo superar las complicaciones de estar out varios días o semanas y cómo prevenir la formación de coágulos o las infecciones. Cuando me pongo a pensar sobre todos estos problemas resulta intimidante, pero al mismo tiempo es muy interesante, especialmente por lo que vamos a aprender sobre la fisiología humana”, finalizó.

 

FUENTE: LA NACIÓN

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